Equidistante de Europa y África, en el centro del Mediterráneo occidental, emerge la isla de Cerdeña como uno de los principales testimonios de que este mar ha sido cuna de las más importantes culturas de la antigüedad. Aislada durante muchos siglos, la isla ha conservado un gran carácter y una cultura propios que la hacen diferente a otras islas del mundo mediterráneo. La imagen más conocida de Cerdeña nos llega a través de hermosísimas playas de arena blanca y un mar increíblemente azul, una costa afortunadamente muy natural y poco alterada y, realmente,  esto es así.

Pero, ya sabéis que nos gusta buscar siempre la “otra cara” de las islas, llevamos muchos años haciéndolo y desde luego en Cerdeña la hemos encontrado y nos ha maravillado. La isla pasa por albergar algunos de los paisajes más hermosos y bien preservados de toda Europa. Embriaga por la belleza de sus colores mediterráneos, por la benevolencia de su clima, con veranos suaves debido a la constancia de las brisas marinas. Una isla eminentemente montañosa, varias cadenas de montañas: la Marmora, Gennargentu, el Supramonte han configurado el paisaje y han dotado el interior de un carácter bravío y salvaje. Altos picos, encerrados valles, extensos bosques junto a pueblos de pastores nos hablan de una Cerdeña remota y ligada a su historia. 

En barco, recorreremos también esta costa y nos extasiaremos en lugares como el Sendero de Cala Luna para bañarnos en el Mediterráneo más azul. Las casas pintadas de Orgosolo nos mostrarán la imagen de la Cerdeña más profunda a la vez que iremos descubriendo gentes amables, ancladas en sus tradiciones y  celosos guardianes de sus costumbres, que intentarán enseñarnos algunas palabras del idioma sardo, con diferentes dialectos en cada valle. La rica gastronomía: el pane frattau, los colurgiones, el porceddu, los quesos de montaña, los excelentes vinos como el Cannonau... serán otras excelencias de una isla que quiere ser diferente.